miércoles, 3 de noviembre de 2010
Tiempo y Soledad
¡Hola! ¿Qué tal? Qué frío hace! El tiempo está cambiando rápidamente. Creo que lloverá…Ya es hora de sacar la ropa de invierno.
Frases banales, que no sirven en apariencia para nada más que guardar las formas. No inician conversaciones, aún menos debates, son simples rompe-silencios. Son frases en movimiento, que no buscan detenerse a entender la respuesta de la persona con la que se interactúa. Son frases fantasma. Frases que se pierden en el infinito. Cuántas veces he repetido este comportamiento? Aún suerte que no suelo utilizar el ascensor y evito multiplicar este tipo de situaciones.
Hay momentos que no hace falta vivirlos, ya están escritos, son automáticos. Ocurren en ascensores, pero también en innumerables situaciones. Por ejemplo, cuando entramos en la discoteca, bar o restaurante en el que se multiplican las posibilidades de encontrar un conocido. “Hola!Qué tal? Bien. Hasta luego.”. No se desea saber más del otro, pero tampoco se quiere perder las formas y se hace un esfuerzo para saludar. Tantos conocidos como frases en el olvido. Algunos compiten por tener un máximo de amigos en Facebook, demostrando a los curiosos, que son los reyes de los “contactos”. No es extraño ver como aquellos que más conocidos, contactos o “amigos” tienen son aquellos que más solos se sienten. Y con la soledad se reformula el entendimiento de la situación inicial: frases para no escuchar el tiempo muerto, el silencio. Silencio y soledad se entrelazan para causar la ansiedad por mostrar dotes de sociabilidad.
En la discoteca, bajo la oscuridad, las luces que parpadean nuestra visión de la realidad, la copa de alcohol en una mano, el cigarrillo en la otra…Dónde meter la mano? Han de estar ocupadas, será más fácil mostrar seguridad, mientras nos cruzamos con contactos y amistades de diálogo prescrito. Hay tantos momentos muertos en los que giramos entorno a situaciones y conversaciones con final anticipado...Hasta que punto somos libres y decidimos actuar como queremos?
Sabemos que nos vamos a cruzar con alguien, tener que saludarlo (dos besos o una buena encaja de manos), y volver preguntar por el tiempo. El “¿Qué tal?¿Cómo estás? Es una pregunta muerta. La mayoría de ocasiones en las que formulamos esta pregunta, esperamos un bien y seguir nuestro camino. Nadie, o casi nadie tiene la confianza o seguridad, para decir “No estoy bien”. Esto significaría tener que explicar las causas de este estado tan “anormal”: no estar bien. ¿Porqué no estarlo? Quizás porque es difícil conseguir trabajo, el paro es altísimo, los jóvenes tienen pocas oportunidades, no tenemos pareja, nos sentimos solos, nos vemos feos, problemas económicos, etc. Pero se presupone que todos estamos bien, todos estamos contentos y vivimos felices. Decir, “no estoy bien” significa consumir tiempo, algo muy valioso, quizás lo más importante en nuestros días. El tiempo sigue sin poder comprarse y el malestar se oculta como la enfermedad, hasta que un día, irremediablemente morimos.
Pero si estamos todos tan bien…porqué se consume tanto alcohol, fuma tanto, se corre en la carretera, se reinventan las adicciones (juego, trabajo, deporte, entre otros)? Asesinatos, malos tratos, accidentes de tráfico….hay horrores que perduran en las diferentes sociedades. Pero qué decir de las adicciones modernas? De qué tenemos tanto miedo para estar buscando rutinas, o escudándonos en manías? Hay algo mucho peor que la muerte, y es el silencio. Por muy alto que tengamos el iPod, el silencio nos acecha. El mismo miedo que nos hace ocupar el 100% de nuestro tiempo es el que refleja el paso acelerado de los viandantes urbanos, que han cambiado el periódico-paraguas (abierto completamente para que las páginas oculten al lector de las miradas de los demás) por unos auriculares un un teléfono móvil. La ciudad es un gran concierto de caos y sordomudos.
El paso del tiempo es la sombra del silencio, preparada para aparecer cuando menos nos lo esperamos. Una vez al año, nos recuerda que hemos envejecido (como si fuera repentino), estando más cerca de la muerte, del silencio eterno. Pero no es la muerte que nos atemoriza, es la vejez que parece depararnos una sociedad cada vez más individualista, cargada en horas amortizadas en todo tipo de actividades. Por muchos esfuerzos económicos que le dediquemos en operaciones estéticas, horas en el gimnasio o sesiones de uva, el tiempo es incontrolable. Incluso para el señor Berlusconi, que será el nuevo personaje de Disney Pixar si sigue estirándose la piel.
En un “pensamiento” anterior escrito hace unos días comenté la necesidad de repensar la vejez. No pensamos a menudo en nuestros últimos días, que quizás son varios años, incluso décadas. ¿Qué haremos cuando las horas laborales ya no sigan evitando el silencio? La jubilación nos dejará a solas con la soledad y el no-sonido? No sé si acabaremos en un asilo, una guardería para abuelos, cuidando de nuestros nietos, o metidos en centros de distracción virtual viviendo nuestros últimos días en plena forma artificial. Tendremos mucho tiempo que pensar…y quizás mucho silencio y soledad por experimentar. Son pocos los que saben convivir con el silencio y aceptan el paso del tiempo, de ellos habrá que aprender.
Pero no nos confundamos con aquellos “anti” que son el polo extremo de los que parecen obsesionados con las formas. Aquel que no se cuida, no se ducha, no hace deporte, lleva la contraria y promulga lo contrario de lo establecido, tiene tanto miedo como su antónimo. La enfermedad ya no es de fácil diagnóstico. No se trata de ver a alguien y determinar su clase. Algunas enfermedades silenciosas son visibles, como la bulimia o la obesidad, pero hay otras que se esconden detrás de los cánones de belleza moderna: silicona, piel morena y abdominales. Deberán dejarse los prejuicios, las formas y las apariencias, para ver lo que realmente importa: el pensamiento auténtico.
En tiempos en los que la seguridad es escasa, debemos aprender a convivir con el silencio. Es este el que nos permite hablar con nosotros mismos y enfrentarnos a nuestros miedos. No debe darnos vergüenza mirar al infinito y perdernos en nuestros pensamientos. Serán fuertes aquellos que emocionalmente controlen el espacio y el tiempo. El futuro es de los que logren tener la personalidad suficiente para seguir siendo auténticos, conversen con el silencio y logren conectar con el “otro” de forma sincera. El futuro es para los que logren revelarse contra las restricciones anticuadas que siguen rigiendo nuestra sociedad y se atrevan a romper el peor silencio: aquel que acepta y se tapa los ojos.
Y tú? Cuántos amigos tienes en Facebook? ¿Cuántas recomendaciones tienes en linkedin? ¿Cuántas visitas en tu blog?
El silencio y el tiempo han de ayudar a que nos sintamos mejor con nosotros mismos y darnos la ocasión para ayudar a los demás. El silencio es motor para la reflexión y la soledad es el entorno propicio para poder focalizar en nuestro camino en busca de la felicidad. Tiempo y Soledad no han de ser un tabú. Lo contrario es vacío, líquido y efímero.
Escucha el silencio y te escucharas a tí mismo, tienes mucho tiempo...
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